martes, 26 de noviembre de 2013

El Guardián (3.ª parte)

La Muerte


    La Muerte estaba eufórica. Esta noche iba a cobrarse dos almas, y además se las habían servido en bandeja. Su rostro de calavera tenía siempre una sonrisa de oreja a oreja dibujada, pero en esta ocasión sentía alegría de verdad. Una alegría llena de vileza, horror y oscuridad.
   La Muerte era una de las Pesadillas más antiguas, pues nació el mismo día que la Humanidad tomó consciencia de sí misma y, desde luego, era la que más terror infundía, la que más pavor había provocado en el corazón de los durmientes. Llevaba milenios alimentándose del miedo, y siempre quería más. Cuando supo que se había abierto un vórtice allí, escogió su guadaña más afilada y se apresuró en salir de caza.
    Entró en la habitación en el absoluto silencio, como siempre hacía. El silencio era el heraldo que anunciaba su llegada. No se oía el traqueteo de sus huesos , ni el crujido de sus negros ropajes. Pero el guardián la olió antes de que llegara.
    A duras penas se incorporó, desafiante. La reacción del Guardián cogió desprevenida a La Muerte, aunque trató de disimularlo: --Bienhallado seas, Guardián --saludó La Muerte en tono burlón --Soy, La Parca, la Segadora de Almas, y he venido a llevarme tu alma, y la de él.
    --¡Tonterías! conozco el olor de la auténtica Muerte, ¡y no eres tú!
    El desafío del Guardián hizo estremecerse a la Pesadilla, que apenas pudo reaccionar al ataque. Los huesos crujieron bajo los colmillos. Si La Parca fuera capaz de gritar, su chillido se habría oído en todas las Esferas.
    La Muerte se zafó del Guardián y logró escapar de vuelta, pero antes de desaparecer del todo, de manera cobarde y cogiéndolo desprevenido, blandió su guadaña de plata y lo hirió en un costado.

    Ya estaba, había logrado ahuyentar a una Pesadilla más, contra todo pronóstico, pero ya no podía hacerlo más. Estaba derrotado, y su alma se escapaba lentamente por la herida. Ahora sólo podía yacer hasta que todo se apagara.

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Sueño


El Rey de los Sueños. se revolvía inquieto en su trono, en el palacio del Reino de los Sueños. Como todas las noches, se había dedicado en cuerpo y alma a su trabajo. Había estado hilvanando nuevos sueños con los que envolver el descanso de los durmientes. También había creado un par de pesadillas menores. Había creado un sueño del que se sentía especialmente orgulloso, en el que nacía un Sol, y el soñador lo veía desde dentro. Pero Morfeo nunca demostraba orgullo, ni humildad, ni nada. Su rostro pálido e inescrutable nunca emitía emoción alguna. Su expresión era tan profunda como su mirada. Su mirada de ojos negros, en los que brillaba una estrella lejana.
    Pero hoy estaba intranquilo, y todos sus ayudantes de palacio lo percibían. --¿Qué pasa, jefe? --le preguntó Matthew, el cuervo, al tiempo que se posaba sobre su hombro.
    --He sentido una perturbación, procedente de la Vigilia.
    --respondió Sueño, con su voz neutra, carente de emoción.
    --¿Una perturbación? ¿Qué carajo significa una perturbación, jefe? ¡¿Por qué tienes que ser siempre tan enigmático?! --graznó Matthew en respuesta.
    De repente lo sintió. Todos lo sintieron. Un chirrido que recorrió todo el Sueño y traspasó las paredes del palacio de su Señor. Oniro ya se había levantado, y se dirigía decidido al portón.
    --¡Jefe! Eso venía de...
    --Lo sé, Matthew. --Se dirigió a la salida de su palacio. La atravesó, bajo la atenta mirada de sus guardianes: El Dragón, el Grifo y el Hipogrifo.
    --Mi señor... es el Guardián --informó el Dragón.
    --¿No se lleva su Yelmo, amo? ---preguntó el Grifo.
    --No será necesario. La batalla ya ha sido librada. Me bastará con el Rubí y la Bolsa de Arena.

    Y dicho esto, voló. Pero no voló cómo solemos imaginar que alguien vuela. Se deslizó de sueño en sueño buscando su destino. Primero, montado en un carruaje de negro y oro tirado por gacelas, después, a lomos de una libélula gigante. Por último, se convirtió en un lobo gigante y negro, con el hocico blanco y una marca en forma de estrella sobre el ojo.
    Así, en esta forma, se presentó ante el Guardián.

    --¿Eres un Lobo Terrible, que ha venido a devorarnos? --preguntó el Guardián con un hilo de voz.
    --No. Soy yo, Sueño. --Y diciendo esto volvió a su forma habitual, la de un hombre joven pálido, de cabello negro y ojos extraños.
    --Así que el Forjador de Historias se ha dignado a venir. ¡Qué gran honor! Aunque esperaba que fuera tu hermana mayor la que viniera... --contestó el guardián con desdén.
    --Mi hermana vendrá, llegado el momento. Pero antes tengo algo que hacer.
    --Entonces... Realmente ha llegado mi hora... En fin, ya soy viejo, no me puedo quejar... aunque nunca estuve seguro de que una Pesadilla pudiera acabar con alguien de verdad...
    --¿Y qué creías que ocurre cuando alguien muere en sueños? ¿Acaso no somos lo que soñamos?
    --¿Es que tú también sueñas, Morfeo?
    El Señor de los Sueños ignoró la última pregunta del Guardián, y se quedó observando al durmiente. --¿Sabes lo que ha pasado aquí esta noche?
    --No. Ilústrame.
    --En esta habitación hay un vórtice de sueños. Es por eso que se han colado aquí tantas Pesadillas.
    --¿Un vórtice de sueños? No sé qué es eso. Puedes cerrarlo, ¿no?
    --No es tan sencillo-- contestó Sueño. --Un vórtice es algo muy raro, y cuando aparece pone en peligro la existencia tanto del Reino de los Sueños como de la Vigilia. Este durmiente lleva doce años sin tener una pesadilla.
    --Mea culpa.
    --El caso es que esa anomalía ha provocado un diferencial de sueños tan grande, que se ha abierto el vórtice.
    El guardián parecía confuso. --¿Y bien? ¿Cuál es el problema?
    --¿No lo entiendes? El durmiente es el vórtice. Y para destruir el vórtice, tengo que destruirlo a él.
    --¡No! --El Guardián trató de incorporarse, pero eso sólo sirvió para acrecentar el dolor.
    --Hay una alternativa.
    --Puedo ocupar su lugar, ¿no? Hazlo.
    --¿Estás seguro? Has adquirido cierta notoriedad, y tu espíritu se ha vuelto poderoso en vida. Podrías vivir en mi reino, en forma de sueño, para toda la eternidad.
    --No necesito vivir toda la eternidad. Hazlo.
    --Realmente te importa este durmiente, por lo que veo.
    --Es mi amigo. El me protege de día, yo le protejo en sueños. Es una especie de pacto tácito que tenemos. ¿Pero qué vas a saber tú de amistad?
    --Cuidado con lo que dices Guardián. Soy un Eterno. Puede que no tenga amigos, pero sé bien en qué consiste la amistad. --Y dicho esto, sacó su Rubí de Sueños de su túnica y procedió a cerrar el portal.  --Ya está... Ahora me iré, y vendrá Ella. ¿Puedo hacer algo por ti?
    --Pues... Sí.
    --Te escucho.
    --Esta noche he gastado toda la Arena que me diste. Me gustaría que mi último sueño sea especial.
    
    Y el Guardián le contó a Sueño qué quería soñar. Y Sueño se lo concedió, derramando su Arena sobre la cabeza del yaciente.




martes, 19 de noviembre de 2013

El Guardián (2.ª parte)

Las Tres


    Las Tres observaban la habitación a través del vórtice. Ansiaban lo que podían obtener del durmiente, pero sabían que, para lograrlo, antes debían superar al Guardián.
    Las Tres eran un ente muy antiguo. Antaño fueron grandes musas, y muchos dioses y artistas buscaban sus servicios para alimentar sus obras. Pero en algún momento, perdieron la capacidad de inspirar, y la desidia las llevó a convertirse en una Pesadilla.

    Las Tres. La Muda, La Ciega y La Sorda, merodeando por los sueños de los durmientes, alimentándose de sus sentidos, devorando su espíritu.
   --¿Qué hacemos?¿Esperamos a que otras Pesadillas encuentren el vórtice y se encarguen del Guardián? --dijo una de las tres, la que no tenía oídos, con su voz rasposa. --¡Podrían robarnos la presa!¡Ataquemos ahora! El Guardián está agotado. ¡Puedo olerlo! --respondió la que no tenía ojos.
    Sin mediar palabra, la que no tenía boca se abalanzó hacia el vórtice, y sus hermanas la siguieron. Sus raídas vestimentas se agitaron sobre sus cuerpos famélicos al atravesar el vórtice y en un instante se encontraban ante el Guardián amenazándolo con sus huesudas manos acabadas en garras.
    El guardián comprendió al momento la gravedad de la situación. Conocía la identidad de aquella Pesadilla, pues su infamia había recorrido todo el Sueño. No podía hacer frente a su poder, no después de haber luchado contra el Dragón de Sombra. Sólo tenía una opción.

    Una vez, alguien le hizo un regalo, un regalo en forma de arena. Era un arma muy poderosa, que le permitiría viajar en el tiempo y en el espacio a través del Sueño. Y eso fue lo que hizo: viajar.

    Cerró sus ojos y se vio por dentro. En su interior, había una noche del azul más profundo, salpicada de estrellas lejanas. En el centro de su noche, había una bandeja de plata y, sobre la bandeja, un pequeño montón de arena. Puso su pequeña zarpa sobre el montículo y, de repente, todos los puntitos luminosos que eran las estrellas, se convirtieron en líneas del tiempo. En un instante, estaba en otro lugar, en otro momento.

    Se vio a sí mismo, o a alguien que había sido antes de él, caminado a paso ligero por las calles de una ciudad mediterránea. El ambiente desprendía un olor nauseabundo, de muerte putrefacta y carne quemada. Casi le pasó por encima un carro cargado de cadáveres, y un guardia armado con una vara hizo ademán de golpearle.
    "¡No! ¡Tengo que ir más atrás!". Y viajó más.
    Ahora estaba en mitad de un paraje hermoso, de colinas verdes y cielo húmedo. junto a él, su compañero, alto como una torre, era un gran hombre, un gran guerrero, con una espada enorme y el cuerpo pintado con marcas de guerra. A su lado, había una manada de miles de hombres como él y enfrente, al otro lado del valle otro tantos millares de hombres similares. "Estoy en un campo de batalla", pensó y decidió seguir viajando, dejando atrás los vítores y los gritos de guerra.

    Finalmente, llegó donde quería. Había viajado hacia atrás hasta los albores del tiempo, cuando su pueblo vivía en grandes manadas en estado salvaje. Había cientos, no, miles como él. Todos ocupaban una colina, su ladera y sus faldas, y en la cima estaba su líder, el "Padre de Todos". El miembro más grande y majestuoso que su estirpe había conocido jamás. Todos miraban a la Luna, que era grande y redonda, y Ella los miraba a ellos. La magia del lugar los invadió a todos y de sus gargantas nació un cántico, una nota en forma de aullido, la música más viva que su raza había creado nunca.

    Voló de vuelta, catapultado por el impulso de miles de voces. De repente volvía a estar en la habitación, frente a las tres musas caídas, que avanzaban hacia él. de su garganta surgió un aullido alimentado por el poder de todos sus antepasados, un sonido cargado de magia en bruto que nadie oyó en el mundo de lo material, pero que reverberó en todos los confines del Sueño. Las Tres se quedaron paralizadas por el pavor y se fueron despavoridas, huyendo por donde habían venido.
    Todo se quedó tranquilo, y el Guardián se desplomó, pues se había quedado casi sin energías. Había un vórtice abierto, y no sobreviviría a la aparición de otra Pesadilla.



domingo, 17 de noviembre de 2013

El Guardián (1.ª parte)

El Guardián


    El Guardián descansaba bajo una mesa de escritorio, con su cabeza apoyada cómodamente sobre un pie humano. El calor que emanaba de la torre del ordenador le hacía permanecer en un sopor delicioso. Un suave hilo de música, ahora Nirvana, antes The Doors, le mantenía levemente conectado al mundo de los despiertos.
    De repente, notó un ligero movimiento bajo su cabeza. La velada llegaba a su fin.
    --¡Vamos pequeño! ¡Hora de dormir!
    Los dos dejaron el despacho y se dirigieron hacia la habitación. En cuestión de cinco minutos, ambos estaban en la cama. Uno sobre ella, y el otro debajo. La luz aún tardó un poco en apagarse. Probablemente estaría leyendo algo.
    Por fin, el sueño venció, y se hizo la oscuridad.
    El Guardián seguía bajo la cama, pero estaba alerta. Había algo raro en el ambiente, alguna anomalía. Sus bigotes estaban erizados, y un leve sonido agudo le ponía los músculos tensos.
    "Esta noche va a ser movida" pensó, y salió de debajo de la cama.

******

El Dragón


    El Dragón de Sombra sobrevolaba la ciudad, sus dos cabezas observando los edificios en busca del hogar de su víctima.
    --¡Estoy hambrienta! --dijo una de las dos cabezas. --Es allí --susurró la otra, y el Dragón se abalanzó en picado, como una oscuridad que se cierne sobre una ya oscura noche. Se deshizo en jirones de sombra justo antes de impactar contra la ventana, para materializarse al instante al otro lado, una bestia amenazadora que apenas cabía en la habitación, dispuesta a devorar a su presa.
    Pero allí estaba el Guardián, interponiéndose entre el monstruo bicéfalo y el durmiente. Era diminuto en comparación con la bestia, pero sus ojos llenos de furia y su cuerpo erizado hicieron estremecerse al Dragón. Parecía incluso que la bestia había encogido un poco.
    --¡Apártate Guardián! --rugió la cabeza susurrante, la que tenía voz masculina. --¡No! ¡Fuera! ¡Aquí no tenéis poder! -- gruñó el Guardián, y se abalanzó sobre la bestia, que se encogía por instantes debido al miedo. Garras y dientes centellearon, y jirones de sombra se desprendieron del monstruo y se deshicieron en la nada.
    La lucha fue breve, en cuestión de segundos del Dragón apenas quedaba nada. Sólo era una pequeña culebra bicéfala, que se alejó siseando y reptando rápidamente, escurriéndose por debajo de la puerta de la casa.
   El Guardián la dejó huir, exhausto como estaba. No había resultado herido, pero era viejo ya, y estas escaramuzas lo dejaban resentido.
    Y esta no iba a ser una noche normal. Más Pesadillas estaban en camino. Se dejó caer sobre el frío suelo, dispuesto a aprovechar cada segundo de descanso que iba a tener.



lunes, 11 de noviembre de 2013

Canción de un pirata


Soy aguerrido pirata,
curtido en sangrientas batallas.
Armado con sable invisible,
para mí no hay dolor sino agallas.

Me llaman "el hijo del viento",
pero el viento es mi amigo más bien.
Me trae lugares lejanos,
me empuja, de un paso hace cien.

Mi tripulación es un viejo lobo,
Mi amuleto una tortuga y tres truenos.
Mi nave surca cinco sentidos,
sus velas son hechas de sueños.

De noche bajo siete estrellas,
en mi mapa hay una cruz marcada.
A cincuenta leguas al norte,
se encuentra una ciudad encantada.

En mi mapa hay una cruz marcada,
una cruz que marca un tesoro.
Un tesoro de carne y de sangre,
no un tesoro de joyas y oro,

Un tesoro que son dos personas, 
un tesoro que son dos mujeres.
Estirpe brava y guerrera,
la vida es aventura si quieres.

Cincuenta leguas es nada,
librando cada cual sus batallas.
Cincuenta leguas es nada,
derribando cada día murallas.

Soy un bravo pirata,
que de luchar nunca ceja.
Mis cañones disparan palabras,
mi bandera es una foto vieja.




lunes, 4 de noviembre de 2013

La senda de la felicidad

El Tao nos da esta lección:

Treinta radios convergen en el centro de una rueda,
pero es su vacío lo que hace útil al carro.

Se moldea la arcilla para hacer la vasija,
pero de su vacío depende el uso de la vasija.

Se abren puertas y ventanas en los muros de una casa,
y es el vacío lo que permite habitaría.

En el ser centramos nuestro interés,
pero del no-ser depende la utilidad.

Muchas veces nos centramos en el ser, en lo material, en la forma de las cosas. Pero lo que realmente nos define en nuestro no-ser, nuestra esencia.

Basamos nuestra vida en satisfacer nuestros deseos materiales: atesorar objetos, rodearnos de comodidades, construir una imagen con la que mostrarnos al mundo. No hay duda que satisfacer nuestras necesidades físicas nos puede facilitar el construir un yo completo, pero hay que tener cuidado, pues lo material nubla el espíritu y puede llegar a anularnos.

Observa el fondo de las cosas, sé paciente y tranquilo, practica la curiosidad y tus problemas se reducirán a la mínima expresión. Normalmente nos abruma el envoltorio de las situaciones. Un problema puede tener solución, o puede no tenerla. Si la tiene, ponla en práctica, si no, adáptate.

Aprender a desprenderse de la forma de las cosas, abrazar nuestra esencia, es la clave para disfrutar de la vida. El sabio Lin An lo expresó de esta manera:

La gran mayoría de las personas
qué vacía y mal se siente, porque usa
las cosas para deleitar su corazón,
en lugar de usar su corazón para 
disfrutar de las cosas.

Alimenta tu espíritu, saborea el color de la vida, rodéate de almas ricas, y tu senda será como un paseo por el Elíseo.


lunes, 28 de octubre de 2013

Siete lecciones de los siete Eternos

Ocurre que es necesaria la DESTRUCCIÓN de una estrella,
para que un mundo lleno de vida dé lugar a su CREACIÓN.

Del mismo modo,
mientras tengas un SUEÑO,
podrás hacerlo REALIDAD.

Con cada paso que das por el jardín de DESTINO, haces una elección.
Esta LIBERTAD determina futuros senderos.

No desesperes. Persevera.
Porque la DESESPERACIÓN es duda,
y la perseverancia es ESPERANZA.

Del amor se ocupa DESEO,
y el deseo es siempre cruel.
Ama con generosidad
y alcanzarás la PLENITUD.

Dicen que, para conservar la CORDURA,
es necesario un poco de DELIRIO.

Al final, resulta que MUERTE es una chica bonita,
de piel pálida y rostro dulce.
Ella estaba allí el día que viniste a la VIDA,
y nos estará esperando a todos al final,
con una mano tendida y una sonrisa reconfortante.


lunes, 21 de octubre de 2013

Lo que nos une

Las lenguas no nos unen. Ni nos separan.
No nos unen las palabras, sino los significados.
Nos separa el silencio.

Las fronteras no nos unen. Ni nos separan.
Las fronteras se traspasan
sólo con poner nuestros pies en movimiento.
Nos bloquean los prejuicios,
no existe mayor barrera que la cerrazón del ser humano.
Un espíritu indómito no podrá ser detenido.

Las ideas no nos unen. Ni nos separan.
Nos une el respeto. Nos separa la intransigencia.
El que no escucha no merece ser escuchado.
Existen mil caminos, ¿acaso sabes adónde llevan todos?
Explóralos. Piensa, sé libre y aprende.

Una bandera no nos une. Ni nos separa.
No ondea si no hace viento. No arde si no la prendes.
Lo que unen son las manos al estrecharse. Al ponerse a trabajar.
Trabaja por tu felicidad, por la de tu hermano
y por la de tu vecino, y no habrá bandera que importe.
Trabaja por la justicia, sé libre, y deja que el resto lo sea también.

Una moneda no une. Ni separa.
Une el darla. Separa el ansiarla.
No te dejes comprar, pues no tienes precio.
Lo intentarán con monedas, pero también con palabras.
Con bonitas consignas y noticias falseadas.
Te pondrán un enemigo ante los ojos,
pero luego contarán monedas juntos a tus espaldas.

Sé libre.
La libertad, el poder elegir, eso sí que es lo que nos une.


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