La Muerte
La Muerte estaba eufórica. Esta noche iba a cobrarse dos almas, y además se las habían servido en bandeja. Su rostro de calavera tenía siempre una sonrisa de oreja a oreja dibujada, pero en esta ocasión sentía alegría de verdad. Una alegría llena de vileza, horror y oscuridad.
La Muerte era una de las Pesadillas más antiguas, pues nació el mismo día que la Humanidad tomó consciencia de sí misma y, desde luego, era la que más terror infundía, la que más pavor había provocado en el corazón de los durmientes. Llevaba milenios alimentándose del miedo, y siempre quería más. Cuando supo que se había abierto un vórtice allí, escogió su guadaña más afilada y se apresuró en salir de caza.
Entró en la habitación en el absoluto silencio, como siempre hacía. El silencio era el heraldo que anunciaba su llegada. No se oía el traqueteo de sus huesos , ni el crujido de sus negros ropajes. Pero el guardián la olió antes de que llegara.
A duras penas se incorporó, desafiante. La reacción del Guardián cogió desprevenida a La Muerte, aunque trató de disimularlo: --Bienhallado seas, Guardián --saludó La Muerte en tono burlón --Soy, La Parca, la Segadora de Almas, y he venido a llevarme tu alma, y la de él.
--¡Tonterías! conozco el olor de la auténtica Muerte, ¡y no eres tú!
El desafío del Guardián hizo estremecerse a la Pesadilla, que apenas pudo reaccionar al ataque. Los huesos crujieron bajo los colmillos. Si La Parca fuera capaz de gritar, su chillido se habría oído en todas las Esferas.
La Muerte se zafó del Guardián y logró escapar de vuelta, pero antes de desaparecer del todo, de manera cobarde y cogiéndolo desprevenido, blandió su guadaña de plata y lo hirió en un costado.
Ya estaba, había logrado ahuyentar a una Pesadilla más, contra todo pronóstico, pero ya no podía hacerlo más. Estaba derrotado, y su alma se escapaba lentamente por la herida. Ahora sólo podía yacer hasta que todo se apagara.
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Sueño
El Rey de los Sueños. se revolvía inquieto en su trono, en el palacio del Reino de los Sueños. Como todas las noches, se había dedicado en cuerpo y alma a su trabajo. Había estado hilvanando nuevos sueños con los que envolver el descanso de los durmientes. También había creado un par de pesadillas menores. Había creado un sueño del que se sentía especialmente orgulloso, en el que nacía un Sol, y el soñador lo veía desde dentro. Pero Morfeo nunca demostraba orgullo, ni humildad, ni nada. Su rostro pálido e inescrutable nunca emitía emoción alguna. Su expresión era tan profunda como su mirada. Su mirada de ojos negros, en los que brillaba una estrella lejana.
Pero hoy estaba intranquilo, y todos sus ayudantes de palacio lo percibían. --¿Qué pasa, jefe? --le preguntó Matthew, el cuervo, al tiempo que se posaba sobre su hombro.
--He sentido una perturbación, procedente de la Vigilia.
--respondió Sueño, con su voz neutra, carente de emoción.
--¿Una perturbación? ¿Qué carajo significa una perturbación, jefe? ¡¿Por qué tienes que ser siempre tan enigmático?! --graznó Matthew en respuesta.
De repente lo sintió. Todos lo sintieron. Un chirrido que recorrió todo el Sueño y traspasó las paredes del palacio de su Señor. Oniro ya se había levantado, y se dirigía decidido al portón.
--¡Jefe! Eso venía de...
--Lo sé, Matthew. --Se dirigió a la salida de su palacio. La atravesó, bajo la atenta mirada de sus guardianes: El Dragón, el Grifo y el Hipogrifo.
--Mi señor... es el Guardián --informó el Dragón.
--¿No se lleva su Yelmo, amo? ---preguntó el Grifo.
--No será necesario. La batalla ya ha sido librada. Me bastará con el Rubí y la Bolsa de Arena.
Y dicho esto, voló. Pero no voló cómo solemos imaginar que alguien vuela. Se deslizó de sueño en sueño buscando su destino. Primero, montado en un carruaje de negro y oro tirado por gacelas, después, a lomos de una libélula gigante. Por último, se convirtió en un lobo gigante y negro, con el hocico blanco y una marca en forma de estrella sobre el ojo.
Así, en esta forma, se presentó ante el Guardián.
--¿Eres un Lobo Terrible, que ha venido a devorarnos? --preguntó el Guardián con un hilo de voz.
--No. Soy yo, Sueño. --Y diciendo esto volvió a su forma habitual, la de un hombre joven pálido, de cabello negro y ojos extraños.
--Así que el Forjador de Historias se ha dignado a venir. ¡Qué gran honor! Aunque esperaba que fuera tu hermana mayor la que viniera... --contestó el guardián con desdén.
--Mi hermana vendrá, llegado el momento. Pero antes tengo algo que hacer.
--Entonces... Realmente ha llegado mi hora... En fin, ya soy viejo, no me puedo quejar... aunque nunca estuve seguro de que una Pesadilla pudiera acabar con alguien de verdad...
--¿Y qué creías que ocurre cuando alguien muere en sueños? ¿Acaso no somos lo que soñamos?
--¿Es que tú también sueñas, Morfeo?
El Señor de los Sueños ignoró la última pregunta del Guardián, y se quedó observando al durmiente. --¿Sabes lo que ha pasado aquí esta noche?
--No. Ilústrame.
--En esta habitación hay un vórtice de sueños. Es por eso que se han colado aquí tantas Pesadillas.
--¿Un vórtice de sueños? No sé qué es eso. Puedes cerrarlo, ¿no?
--No es tan sencillo-- contestó Sueño. --Un vórtice es algo muy raro, y cuando aparece pone en peligro la existencia tanto del Reino de los Sueños como de la Vigilia. Este durmiente lleva doce años sin tener una pesadilla.
--Mea culpa.
--El caso es que esa anomalía ha provocado un diferencial de sueños tan grande, que se ha abierto el vórtice.
El guardián parecía confuso. --¿Y bien? ¿Cuál es el problema?
--¿No lo entiendes? El durmiente es el vórtice. Y para destruir el vórtice, tengo que destruirlo a él.
--¡No! --El Guardián trató de incorporarse, pero eso sólo sirvió para acrecentar el dolor.
--Hay una alternativa.
--Puedo ocupar su lugar, ¿no? Hazlo.
--¿Estás seguro? Has adquirido cierta notoriedad, y tu espíritu se ha vuelto poderoso en vida. Podrías vivir en mi reino, en forma de sueño, para toda la eternidad.
--No necesito vivir toda la eternidad. Hazlo.
--Realmente te importa este durmiente, por lo que veo.
--Es mi amigo. El me protege de día, yo le protejo en sueños. Es una especie de pacto tácito que tenemos. ¿Pero qué vas a saber tú de amistad?
--Cuidado con lo que dices Guardián. Soy un Eterno. Puede que no tenga amigos, pero sé bien en qué consiste la amistad. --Y dicho esto, sacó su Rubí de Sueños de su túnica y procedió a cerrar el portal. --Ya está... Ahora me iré, y vendrá Ella. ¿Puedo hacer algo por ti?
--Pues... Sí.
--Te escucho.
--Esta noche he gastado toda la Arena que me diste. Me gustaría que mi último sueño sea especial.
Y el Guardián le contó a Sueño qué quería soñar. Y Sueño se lo concedió, derramando su Arena sobre la cabeza del yaciente.